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Monday 9 April 2012


La gente del mar

Trabajar varios meses embarcado es sacrificado pero bien pago, una ecuación que no siempre alcanza.
DANIELA BLUTH
Faltan once días para que Jesús María García (32) vuelva a salir embarcado. Lo hará desde el puerto de Victoria, capital de Espíritu Santo, en Brasil, como lo ha hecho en el último año. Serán 28 días en el mar. Durante ese tiempo el barco en el que se desempeña como segundo oficial dará apoyo logístico -combustible, cemento, agua potable, provisiones y herramientas- a varias plataformas de petróleo que funcionan en la zona. A su regreso, lo espera una contrapartida de 28 días en su casa, en Montevideo, junto a su esposa y sus dos pequeñas hijas.
García es marino, pero bien podría ser matemático. Tiene 32 años y pisó su primer barco a los 16. Desde entonces ningún dato de su trayectoria quedó librado al azar. Lo que no está anotado en su "libreta de embarque", está registrado en su memoria. Tiene 2.083 días de viajes en su haber, lo que equivale a 17,83% de su vida total embarcado, 35,67% de su existencia relacionada con el mar y 43,90% del tiempo que conoce a su esposa, María de los Ángeles. "Y estos números no contemplan los cursos de especialización en el exterior, tiempos de avión, espera en los aeropuertos. Actualmente, por ejemplo, de un año paso 216 días fuera de casa sí o sí, 59,18% del año", asegura.
Más allá de los porcentajes, la gente del mar habla su propio idioma. Se definen como "lobos marinos", capaces de disfrutar más el movimiento de las olas que la sensación de pisar tierra firme. Cuentan los días en "singladuras", que es la distancia que recorre una nave en 24 horas. Cuando se sienten mal, dicen que están "abollados". Se refieren a los que esperan el pescado en el muelle como las "lechuzas". Y son especialistas en materia de temperatura ambiente, nudos de viento y corrientes marinas.
Es difícil cuantificar el número de personas que hay en Uruguay vinculadas al mar. Están presentes desde en la órbita militar hasta en las enclenques chalanas que pescan cerca de la costa. Pero también hay capitanes, grumetes, cocineros, buzos y los llamados "prácticos", encargados de llevar los buques a buen puerto. Historias infinitas, tanto como el mar.
VIEJO LOBO. Francisco Amaro (48) nació en Salto y "venía de arrancar naranjas" cuando llegó a Montevideo en busca de trabajo. Tenía 17 años, le bastó mostrar la cédula y arrancó como grumete de pesca, el rango más bajo a bordo. "Cuando pasé el Banco Inglés me dije, `Por favor, ¿dónde me metí?` Quería que me trajeran a puerto porque me sentía mal, como todo marino que sale por primera vez", recuerda hoy, 29 años después. "Era un agua viva en la cubierta, no me podía mantener de pie. Había que bailar con la más fea. Y así fue, lo hice durante cinco meses y sobreviví. La mar me parió, por decirlo de alguna manera". Así pasó los dos siguientes años de su vida.
Aquella vez Amaro salió a pescar atún, pez espada y tiburón; más adelante se especializó en merluza negra, que también requiere permanecer embarcado y sin tocar puerto durante cinco meses (de abril a setiembre) en la zona cercana a la Antártida. Los turnos son de 16 horas por día y las temperaturas llegan a los 40 grados bajo cero. "A veces hace más frío a la intemperie que en la propia bodega del barco", dice Amaro, quien llegó a caer rendido sobre los bloques de hielo que se usan para conservar el pescado en la cubierta.
En estas tres décadas se casó, tuvo tres hijas y sacrificó buena parte de su vida familiar en pos de su trabajo. "Lo que más me duele es haber perdido momentos que son únicos en la vida de cualquier persona. Lo digo y se me llena el corazón de sangre".
En un momento, tanto sacrificio lo hizo pensar en cambiar de profesión. Uno de sus hermanos estaba trabajando en el sector lechero en Estados Unidos y lo invitó a sumarse. Lo intentó durante un año, pero le faltaba algo. "Extrañaba los barcos, los días de temporal, la calma chicha. Los que no nos hemos ido del sector es porque somos viejos lobos de mar".

Gente de cara al mar

SACRIFICIO. Nadie dice que es fácil, ni siquiera quienes han logrado aprovechar que en el mar se paga mejor que en la tierra -un capitán puede ganar US$ 5.000 al mes-.
Para José Franco, vinculado al agua desde niño -su padre era estibador en el puerto de Paysandú- el mar tiene "un veneno" que lo vuelve adictivo. "De repente salís y hay poca pesca. La situación se repite durante varios días y cuando decís `Bue, no salgo más", volvés con el barco cargado de pescado... Y así seguís".
Franco, que además de marino es líder del Sindicato Único de los Trabajadores del Mar y Afines (Suntma) pasó unos 40 años arriba de naves de todo tipo: cabotaje, pesca y mercante. Tiene anécdotas varias para contarle a sus nietos, aunque a veces piensa que de tan increíbles no le van a creer. Una vez, recuerda, pasó cinco días a la deriva cerca de La Paloma cuando su barco se quedó sin motor, sin batería y sin víveres. Lo único que había para comer era gaviota. "No tiene carne ninguna, te puedo asegurar", dice con una sonrisa.
Se jubiló hace unos 15 años por una de las dolencias más comunes entre los marinos: los problemas de columna. "Tengo algunas vértebras fijadas con hierro", explica con naturalidad y una leve renguera lo avala. "Es el desgaste del cuerpo por trabajar en superficies inestables".
Si en los siglos XVII y XVIII el tifus y el escorbuto eran las enfermedades más frecuentes de la tripulación, hoy fueron sustituidas por las dolencias cardíacas, reuma, afecciones auditivas y visuales. Hay, además, otras consecuencias, no evidentes a simple vista, que son las psicológicas. "El desarraigo y el hacinamiento traen problemas de relacionamiento, sobre todo con la familia", asegura Franco"Está el tema de que no estás nunca, pero cuando estás también sos un problema", dice este padre de tres hijos que hoy lo convirtieron en abuelo. "Llegás y sos el rey de la permisividad, antes de la hora de la cena estás repartiendo caramelos, por ejemplo". Y reconoce que él es de los que en el mar se transforma. "Es mi lugar, estoy siempre haciendo chistes".
DISCIPLINA. Más allá de los distintos mundos que pueda suponer el mar, la palabra disciplina aparece como denominador común. Ilana Gateño todavía recuerda a rajatabla los mandamientos del Disney Look que regía arriba del crucero en el que trabajó cinco años con un régimen de seis meses de contrato y dos de descanso; buen nivel de inglés, los tatuajes no pueden ser visibles, el maquillaje debe estar acorde al uniforme, las caravanas no pueden pasar el lóbulo, un anillo por mano y nada de pulseras, mucho menos el pelo teñido de violeta.
Gateño estudió hotelería y se presentó a un llamado de la línea de cruceros de Disney en 1999, a los 24 años. Tras varios meses de proceso de selección y dos semanas de entrenamiento en Orlando empezó como ayudante de moza. El barco, con capacidad para 2.800 pasajeros y mil empleados, llegó a reunir 54 nacionalidades, con hasta cuatro uruguayos dentro de la tripulación al mismo tiempo.
Distinta a la experiencia en un barco de pesca o mercante, en un crucero las exigencias son muchas, pero las recompensas también. Como parte de las prestaciones, la tripulación cuenta con su propio gimnasio, piscina, comedor, biblioteca y dos bares. Eso sí, los martes se revisaban los dormitorios y los controles antidoping y las alcoholemias podían ocurrir en cualquier momento. "Al que le daba positivo lo bajaban del barco. Había cosas que no eran negociables".
Gateño aprovechó cada oportunidad laboral que surgió dentro del barco y cuando lo dejó era asistente de la oficina de personal y trabajaba en turnos de ocho horas y sentada, todo un logro. "La disciplina que uno tiene ahí no la aprende en ningún otro lado. El crecimiento profesional es impresionante", opina Gateño, hoy gerenta del hotel Regency Golf, en Punta Carretas.
Pero la disciplina marina, incluso a bordo de un lujoso crucero, no es para todo el mundo. Mucho menos para toda la vida. Algunos marineros de vocación no se animan a aseverarlo y se marean cuando pisan tierra firme. Jesús García quizás sea la excepción. Ordenado como para todo en la vida, su cronograma ideal indica que llegará al destino final dentro de diez años, cuando su hija mayor, Milagros, cumpla 15. "Al final, lo que hacemos (con esta profesión) es cambiar vida por plata". En el fondo, tiene razón.

LOS VIEJOS RECLAMOS SE MANTIENEN

En 2009, el Sindicato Único de los Trabajadores del Mar y Afines (Suntma) alcanzó un logro que venía reclamando hacía más de 20 años: "Un cómputo jubilatorio bonificado de tres años por cada dos años de prestación efectiva de labor". ¿La razón? Que los marinos están expuestos a duras condiciones laborales, que no sólo afectan lo físico, sino también lo psíquico. "Ahora hicimos un convenio con la dirección de Medicina Ocupacional de la Facultad para hacer un trabajo de campo sobre las afecciones auditivas, pero no hemos logrado un trabajo serio sobre las consecuencias psicosomáticas", puntualiza José Franco, líder del Suntma.
De todos modos, Franco asegura que lo que hay que cambiar es el modelo, que al igual que la flota, está obsoleto. "Estamos peleando por cambiar el modelo de explotación pesquera, buscando que se haga en un ámbito multidisciplinario, pero todavía no hemos tenido éxito. Si no se toman medidas de fondo nos vamos como el Titanic, al fondo", remata el dirigente.

MITOS Y LEYENDAS

Hay varias leyendas que los uruguayos prefieren tirar por la borda, como aquello de que los marineros tienen una novia en cada puerto, Sin embargo, no hay consenso sobre el consumo de alcohol. Mientras para algunos la imagen de la taberna llena de piratas es puro folklore, otros, como José Franco, aseguran que aquello de juntarse a comentar "las peripecias del viaje" en un bar es un clásico. "Pasa desde que subí a un barco, y sigue pasando", dice este marinero con 40 años de experiencia.

LOS ACCIDENTES

Historias de vidas al límite

Muchas veces, las propias "herramientas de a bordo", como los guinches, las roldanas o las lingas de acero se vuelven elementos mortales para la tripulación. Los cuentos de accidentes fatales y mutilaciones son más que frecuentes, habituales. "Los marinos siempre estamos expuestos a que nos suceda lo peor", dice Francisco Amaro. De tragedias, conoce casi tantas como puertos exóticos en el mundo. Recuerda cuando en una maniobra de pesca un cable de acero reventó y le cortó las dos piernas a un tripulante "como si fuera un cuchillo". El marinero murió en la cubierta. "Otro compañero, en la desesperación, agarró un balde para juntar la sangre, pero era imposible. No hubo tiempo de hacer nada".
Los barcos no tienen la obligación de llevar un médico a bordo, por lo que sus tripulantes, sobre todo el capitán, están habilitados para hacer ciertos procedimientos médicos con supervisión de un profesional por radio.
Siendo capitán, a Jesús García le tocó no sólo sacar a un compañero de dentro de una roldana con la que se accidentó, sino inyectarle calmantes, suero y registrar en el diario de navegación cada paso. "Le salvamos la vida, pero quedó paralítico", dice. Se trataba de Casui, un joven indonesio que sólo sabía plantar arroz o salir a pescar. "Lo sacó un helicóptero de la Armada Nacional cerca de Punta del Este. Estuvo internado más de un año y volvió a Indonesia, donde ahora está de mendigo", se lamenta García. Sin víctimas fatales, también le pasó estar sin timón durante varios días, una experiencia de las "más estresantes" que vivió en el mar. "Cuando el agua está tranquila no pasa nada, pero con 60 nudos (111 kilómetros por hora) de viento es difícil", explica. Coser algún dedo o colocar la cinta de aproximación en el rostro o la cabeza no cuenta como hazaña, pues era cosa de todos los días.
En la marina mercante, donde no se puede volver a puerto ni siquiera ante la muerte de un compañero, pasan las situaciones más insólitas. Como cuando el cocinero falleció de un infarto y tuvieron que guardar el cuerpo en el depósito de los alimentos perecederos. "Cada vez que el ayudante de cocina iba a buscar algo tenía que verse con ese espectáculo, el compañero tapado con una frazada...", cuenta Amaro.

Los "lobos de mar" también pueden estudiar en un aula

En Uruguay, la Escuela Naval es la principal formadora de marinos. Además de Bachillerato Naval, ofrece la carrera de oficial de la Armada Nacional (militar) y la de oficial de la Marina Mercante (militar), ambas de cuatro años de duración. La carrera militar tiene un régimen de estudios interno, con días libres y vacaciones, además de prácticas profesionales, deportivas y embarcos. Luego de terminar los cuatro años de estudios y con el grado de Guardiamarinas, los jóvenes realizan el viaje de instrucción en el Velero Escuela "Capitán Miranda". Tras aprobar una tesis, los jóvenes oficiales reciben el título universitario de Licenciado en Sistemas Navales.
La carrera de Marino Mercante, en tanto, tiene un régimen de estudios externo, con cupos limitados para el internado. Al ingresar a la institución, los jóvenes deben elegir entre las opciones de Ingeniero y Piloto Mercante. Al finalizar sus estudios reciben el título correspondiente a la opción elegida en primer año y luego de aprobar una tesis, obtienen el de Licenciado en Sistemas Náuticos. En un universo eminentemente masculino, la primera mujer ingresó a la Escuela Naval en el año 2000.
Fuente: El País, Uruguay.

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